No sé si ha sido el hombre que ha dominado mayor número de idiomas, pero, en caso contrario, no debe andar muy lejos del primer puesto del ranking políglota. Estoy hablando de un jesuita español del siglo XVIII, del conquense Lorenzo Hervás y Panduro.
Aunque a la mayoría no le suene su nombre, podríamos considerar a Hervás y Panduro como a uno de los hombres destacados de la ciencia española de todos los tiempos. No vamos a entrar en detalles, pero, por citar alguno de sus logros, Hervás fue el primero que mostró que las familias de lenguas debían ser determinadas por la estructura gramatical y no por el parecido de las palabras, elemento fundamental de la ciencia filológica.
¿Quién era Lorenzo Hervás?
Lorenzo Hervás era un sabio al estilo de los que aparecen en las películas. Ya saben, un individuo distraído, cuyo despacho está lleno de papeles y de libros y a quien no interesa nada que no sea su ciencia. Podemos imaginarnos – imaginar no cuesta nada – a un hombre con escasas habilidades sociales, un poco malhumorado pero de corazón generoso, y que cuando llegaba algún colega solicitando su ayuda, terminaba por iluminarle en su búsqueda, después haberse hecho el duro durante algún tiempo. El polímata prusiano Alexander Von Humboldt, que utilizó sus conocimientos en infinidad de ocasiones, lo describía así en una carta a un amigo: “El viejo Hervás es un hombre muy desordenado y no siempre da la sensación de estar escuchando lo que se le dice. Pero sabe mucho, y posee un increíble caudal de noticias. La verdad es que gracias a él hemos salvado los restos de unas lenguas sobre las que no tenemos otros datos”.
Pero al principio lo calificábamos como uno de los mayores políglotas de la historia. Por supuesto, no nos referíamos con ello a alguien capaz de hablar un número elevadísimo de lenguas – en realidad, ignoro cuántas lenguas podía hablar Lorenzo Hervás – sino a alguien capaz de dominar las gramáticas y los vocabularios de varios centenares de idiomas. En su obra monumental Catálogo de las lenguas, o, mejor dicho, en un apéndice a esta obra, Hervás y Panduro elaboró una serie de pequeños diccionarios de ¡más de ciento cincuenta idiomas! Es verdad que no se trataba de diccionarios muy extensos, pero, de cualquier forma, resulta asombroso tamaño conocimiento, sobre todo en su época. Aunque, desde luego, para chulería, la que se marcó en su libro (originalmente redactado en italiano, ya que nuestro sabio residía por entonces en Cesena) Saggio Pratico delle Lingue. En él tradujo el Padrenuestro y otras oraciones católicas a trescientas y pico de lenguas y dialectos. Repitamos: trescientas y pico de lenguas. Merced precisamente a esa obra titánica, se le vinieron a la cabeza a nuestro estudioso muchas de sus ideas sobre la estructura lingüística. La obra iba dedicada al Papa, que perfectamente podía haberla utilizado en esas alocuciones de los domingos de la plaza de San Pedro en las que se dirige a los peregrinos en varios idiomas, si es que semejante acto tenía lugar en el siglo XVIII (que me temo que no).
Hervás recopiló sus vastos conocimientos por diferentes vías. Sobre el terreno, ya que pasó varios años en América, y trató todo lo que pudo con los indios, averiguando cuánto fue capaz sobre sus lenguas. Preguntando a sus compañeros de orden, que tras la expulsión de los jesuitas, arribaron a Italia procedentes de todas las partes del mundo. E, incluso, descubriendo libros y manuscritos perdidos en las bibliotecas, como la gramática de sanscrito del padre jesuita Roth, que no figuraba en el índice de la biblioteca de un colegio romano y que Hervás rescató de los ratones y las polillas.
Un poco más sobre Lorenzo Hervás
Un par de datos más. Hervás fue también uno de los primeros estudiosos de los lenguajes para sordomudos, asunto éste que le preocupó durante toda su vida. Y fue, pese a pasar la mayor parte de su vida en el extranjero, un gran patriota, en el mejor sentido de la palabra. En cierta ocasión, un tal señor Santini, agente de la corte de Rusia en Roma, recibió la orden de dicha corte de pagar a Hervás lo que quisiera pedir por sus manuscritos de lenguas inéditas. Lorenzo Hervás se negó a aceptar la oferta, ya que quería regalársela a España. Así lo cuenta el propio Hervás:
“El censor sepa estas noticias, con las que podría burlarse nuevamente de la erudición del autor, y del servicio hecho a España, y a todo el orbe literario. Sepa también, que los manuscritos inéditos del autor sobre lenguas & se han querido comprar a caro precio; pues que el señor Pallas consejero imperial de Rusia escribió al señor Gilij, citado, para que sedujere el autor a venderlos, y el primer ministro de Rusia escribió al señor Santini agente de la corte de Rusia en esta de Roma para que por los dichos manuscritos pagare cuanto pidiere el autor, que no quiso venderlos por hacer el servicio (ridículo en la opinión del censor) de regalarlos a España”.
Ciertamente, no deja de emocionarnos cuando leemos que el servicio que nuestro jesuita quería prestarle a España (el regalo de los manuscritos) le parece “ridículo” al agente de Rusia. Si tenemos en cuenta que España mandó al exilio no una, sino dos veces a Hervás, quizás estemos de acuerdo en que aquel agente de Rusia bien pudiera tener razón.