Los plazos de una traducción
Que una traducción nunca es lo que parece es algo en lo que convendrán conmigo muchos compañeros de profesión. Un día te llega una traducción de veinte páginas y calculas un plazo x. Pero resulta que luego te pones a ello y ¡vas lanzada! Bien porque te guste el tema, bien porque el documento de origen está muy bien redactado, bien porque se han alineado los astros. Lo cierto es que cumples de sobra las entregas parciales a las que te has comprometido.
Y, ¡oh, sorpresa! También pasa lo contrario. Te encargan el lunes un documento cortito de tu especialidad y respiras al saber que es para el jueves. Y ahí estás tú (la especialista, qué lista eres, hija) el miércoles por la noche peleando con un formato y unas tablas que no hay manera de cuadrar para que esto se parezca ligeramente al original. No sé si a alguien le suena la historia…
¿Para cuándo lo necesita?
Estos dos ejemplos me sirven para introducir un tema que forma parte del día a día de los traductores y que sin embargo los clientes muchas veces desconocen: los plazos de las traducciones. Cuando un cliente entra en la oficina para solicitar la prestación de un servicio, o envía un correo electrónico pidiendo presupuesto, tiene entre manos la traducción más importante: la suya. Y tiene en mente el único plazo que le interesa: el suyo. Y el traductor, al otro lado de la mesa, también tiene en mente los plazos y las traducciones más importantes: todos y todas. Así que con un poco de mano izquierda y muchas dotes de negociación logra pactar con el cliente un plazo de entrega. Por ejemplo tres días.
A la vista del formato del documento, de la combinación de idiomas solicitada, del contenido del texto y de miles de factores que se nos mezclan en ese momento en la cabeza, podemos dar un plazo. Lógicamente no es un plazo que decidimos al azar. La experiencia te hace saber el tiempo que aproximadamente te va a llevar una traducción. Pero en esa fórmula de cómputo de plazos hay que incluir muchos factores que a priori no son tan evidentes: la primera lectura de documento, la obligada revisión de la traducción o una fiebre inesperada.
Por eso a veces se hacen veinte páginas en un día y el documento corto de tu especialidad lo tienes que acabar la noche del miércoles. Porque sí, queridos lectores, aunque a veces no lo parezca, ¡los traductores somos humanos!