Traduttore, traditore
«En la adaptación a la lengua de destino, el profesional no añadirá, omitirá ni modificará nada de lo expresado en la lengua de partida, y sólo se apartará de la literalidad en la medida en que dicha adaptación lo exija»
La Asociación Profesional Española de Traductores e Intérpretes (APETI) define así el concepto de fidelidad en traducción en el Código Deontológico.
Censura política
La censura en traducción ha existido siempre y puede darse por varios motivos. Durante el franquismo se censuraron en España todo tipo de contenidos a la hora de traducir. Contenido que acababa modificándose para que se atuviera a la ideología del régimen. En ocasiones transformaba la obra de tal manera que acababa convirtiéndose en una totalmente nueva y distinta al original. Los traductores, algunos presionados por la situación de la época, tenían que olvidarse de la fidelidad y adaptarla al pensamiento que imperaba entonces. De esta forma, las obras perdían su esencia y se convertían en un modo de propaganda y adoctrinamiento.
Censura de palabras malsonantes
Por otro lado, encontramos otro tipo de censura distinta. En ella el traductor suaviza el texto con el fin de evitar palabras malsonantes, contenido sexual o cualquier contenido que pudiera no ser apto para todos los públicos, a pesar de que en el país de origen sí que lo era. Como ya veíamos antes, el traductor modifica el contenido del original en mayor o en menor medida. Por tanto, la sensación que percibe el lector es distinta en el idioma original que en el idioma de destino.
Por esta razón, entre muchas otras, escuchamos habitualmente interjecciones como maldición, cielos o jodidamente en contenido audiovisual, como películas o series, cuando en inglés suelen ser fuck o fucking, palabras que transmiten otro tono distinto a las traducciones propuestas en español.
Así que, otra vez, volvemos al problema ético y moral de si el traductor debería ser fiel al original o ser fiel a sí mismo. En mi opinión, un traductor debería ser fiel siempre al autor y a su obra original y transmitir exactamente la intención de este. Es mejor rechazar un encargo por el simple hecho de que no encaja con nuestra forma de pensar que traicionar al autor y a su obra.